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“No puedo menos que reírme cuando escucho hablar del peligro autoritario que los nuevos regímenes populistas representan para las sociedades latinoamericanas. Porque si hay un régimen político al cual es inherente el autoritarismo no son los regímenes populistas, sino el neoliberalismo”, sostuvo durante una conferencia en Quito, en mayo de 2102, el politólogo argentino Ernesto Laclau (1935-2014). Y agregó de manera categórica: “Para mí, populismo no es un término peyorativo sino una forma de construcción de los político”. La alusión a este aparte de la disertación de Laclau, quien durante su dilatada trayectoria académica e investigativa trabajó el tema del populismo como una categoría política que implica la existencia de un ícono o símbolo asociado con una ideología que, de acuerdo a su contexto, retiene o renueva su significado, viene a propósito de la última columna periodística del exoperario del Banco Mundial, Guillermo Perry Rubio, en el diario El Tiempo, de propiedad del principal especulador financiero de Colombia, Luis Carlos Sarmiento Angulo.
Perry Rubio, uno de los “gurús” neoliberales colombianos y como tal defensor de la especulación financiera y de la rapaz actividad del sector bancario internacional, en su columna titulada “El viejo y el nuevo populismo”, se limita a reproducir a su manera la definición del Comando Sur de los Estados Unidos que elaboró de este término para estigmatizar, enlodar y desprestigiar los gobiernos progresistas latinoamericanos.
“América Latina ha sido una región pródiga en líderes y gobiernos populistas. Ofrecen medidas populares que acaban en sudor y lágrimas: elevar salarios y primas por ley; controlar precios y tasa de cambio; proteger industrias ineficientes; dar servicios gratis o subsidiados que no se financian con impuestos (los populistas por lo general los bajan), sino con deuda pública o emisión monetaria. Tarde o temprano, esas medidas causan inflación, desabastecimiento, crisis cambiarias y fiscales, parálisis de la inversión, fuga de capitales, recesión y desempleo. Ejemplos notables han sido los del peronismo y el kirchnerismo en Argentina, el chavismo en Venezuela, Allende en Chile, Velasco Alvarado y Alan García en Perú, Getulio Vargas y Dilma Rousseff en Brasil”. De esta manera obtusa, el chupatintas del Banco Mundial y exministro de Hacienda de Colombia, concibe el populismo.
El relato de populismo que buscan imponer los neoliberales
“¿Por qué ha sido endémico el populismo en América Latina?”, se pregunta en su nota periodística Perry y a renglón seguido responde: “La alta desigualdad que nos caracteriza hace que un amplio segmento de la población sienta que no tiene nada que perder y sí mucho que ganar apoyando aventuras populistas que prometen pajaritos de oro o acabar con los privilegios de los de arriba. Otra explicación usual es que las frecuentes crisis económicas llevan al empobrecimiento de clases medias y a su rebelión contra ‘el establecimiento’”.
Esa es la versión conservadora que se ha impuesto en el sentido común latinoamericano, gracias en buena medida a obsecuentes funcionarios de la alta burocracia internacional en los centros de poder que se “posicionan” como ‘influenciadores’.
“Gurú” de la estrategia para el despojo en América Latina
Hay que tener muy presente, como bien lo recrea la socióloga mexicana de origen uruguayo Beatriz Stolowicz, en su libro A contracorriente de la hegemonía conservadora (Espacio crítico editores, Bogotá, 2012), que Perry Rubio fue, junto con el economista pakistaní Shajid Javed Burki, el “gurú” que diseñó la fórmula para el Banco Mundial de la ‘posprivatización’ de los activos públicos de América Latina, cuya sustentación y recomendaciones están recogidas en una especie de Biblia.

Stolowicz explica que esta fase a la que denomina como “posneoliberal” en América Latina, no era más que poner el “Estado al servicio del capital”, diseñando todo un “entramado institucional para el depredador patrón de acumulación primario-exportador extractivista financiarizado en manos del gran capital… Este patrón extractivista está conectado con la especulación financiera”.
Toda la arquitectura de “acumulación por desposesión”, como la definiría el geógrafo británico David Harvey, fue presentada en julio de 1998 por el Banco Mundial, dedicada específicamente a América Latina, bajo el título: “La larga marcha”. Sus autores fueron Perry Rubio, para entonces economista jefe para la Oficina Regional de América Latina y el Caribe, y el exministro de Finanzas de Pakistán, Shahid Javed Burki. “Su propuesta apunta a convertir a América Latina en un espacio de estabilización del capital trasnacional tras las crisis financieras, haciendo que masas de capital especulativo excedente, en riesgo de desvalorización, se reciclen en la acumulación por desposesión con asiento territorial tanto en la explotación y saqueo de riquezas naturales, como en la explotación de la fuerza de trabajo; así como la recuperación de la acumulación ampliada mediante la construcción de infraestructura -de más lenta rotación pero asegurada por el Estado-, que a su vez potencia la acumulación por desposesión con el abaratamiento de la extracción de esas riquezas naturales”.
“La Iniciativa para la Integración de la Infraestructura Sudamericana (IIRSA) y el Plan Puebla Panamá -ahora Proyecto Mesoamérica-, que tienen ya una década, son algunos de los entramados institucionales para esos objetivos. En esto consiste el “neodesarrollismo”, que aunque se presente a veces con discursos nacionalistas es desnacionalizador, y que es criminalmente depredador, aunque a corto plazo reactive las economías”, explica Stolowicz.
Populismo, una dimensión de la ideología
Ahora se entiende porqué un operador abyecto del capital especulativo y exfuncionario del Banco Mundial como Perry clame: “¡De todos los populismos líbranos, Señor!”, al finalizar su columna de prensa en referencia.
Desde un ámbito del análisis sociológico y politológico, desprendido por supuesto de la visión conservadora impuesta por los centros de pensamiento estadounidenses, el término populismo, como lo explica Laclau, no puede ser deslegitimado o satanizado como lo hace la derecha, por el contrario, hay que destacar el anclaje popular y nacional que lograron en Suramérica los gobiernos de Hugo Chávez, Luiz Inácio Lula da Silva, Cristina Fernández de Kirchner, Evo Morales y Rafael Correa, al producir una ruptura en sus respectivos países y una nueva legitimidad política.
Bajo esa óptica, el populismo no es una ideología, sino una dimensión de la ideología. “Se puede ser populista de derecha, centro o izquierda”, señalaba el politólogo argentino y ponía como ejemplo a Benito Mussolini y a Mao Tse Tung, el uno fascista y el otro comunista.

“El populismo no es en sí ni malo ni bueno: puede avanzar en una dirección fascista o puede avanzar en una dirección de izquierda. El maoísmo, por ejemplo, fue un movimiento populista en el cual las masas de China, que estaban desorganizadas por la invasión japonesa, consiguen una expresión a través del Partido Comunista. Pero también fue populista el fascismo italiano. Otra vez: el populismo no es ni bueno ni malo: es el efecto de construir el escenario político sobre la base de una división de la sociedad en dos campos”, precisaba Laclau.
El populismo amplió derechos en América Latina
Por su parte, la filósofa argentina Luciana Cadahia, explica que “existen muchos estigmas alrededor del populismo y sobre todo del populismo latinoamericano. El populismo se lo asocia con ausencia de instituciones y a los partidos republicanos como los defensores de las mismas. Así, habría un juego entre gobiernos populistas y antiinstutucionalistas y gobiernos republicanos institucionalistas. Y esto me parece que no se ajusta a la verdad. En primer lugar es necesario comprender que no existe una identificación entre partidos republicanos y la defensa de las instituciones -Macri y Trump son dos buenos ejemplos-. En segundo lugar, habría que preguntarse qué tipo de instituciones construye el republicanismo. Porque sabemos que existe una tradición de republicanismo oligárquico, cuyas instituciones sirven para marcar una frontera entre unos pocos -privilegiados- y los muchos. Pero también existe una tradición de republicanismo plebeyo, cuyas instituciones están al servicio de las mayorías, es decir, garantizan el derecho a tener derechos. Y creo que esta última forma de republicanismo tiene grandes afinidades con el populismo. Por decirlo de forma esquemática, han sido los populismos realmente existentes los que construyeron instituciones y ampliaron derechos en América Latina”.

En ese sentido, los ejemplos típicos pueden ser el peronismo en Argentina, Lázaro Cárdenas en México, también Getulio Vargas en Brasil, “y si pensamos todo lo que ha sido la transformación andina de Venezuela, Ecuador y Bolivia. Lo que ha tenido lugar en estas experiencias son procesos constituyentes, lo primero que hacen es crear constituciones plurinacionales, entonces esa es la gran paradoja porque para desacreditarlos salen a decir que son autoritarios y anti-institucionalistas pero la primera acción que hacen es crear un nuevo orden constitucional para reconocer a los sectores históricamente excluidos. No hay más republicano que ese gesto y sin embargo se los suele tildar de gobiernos autoritarios, anti-institucionalistas”, puntualiza Cadahia.