Por Diego Otero Prada
En Colombia no existe un verdadero partido de izquierda. Y los que podrían ser de izquierda les da miedo llamarse así porque parten de dos supuestos: que ha desaparecido la diferencia entre izquierda y derecha y que es políticamente mortal llamarse de izquierda.
Si se mira a nivel internacional, hay ejemplos últimos que muestran como ser de izquierda paga. Se tienen los casos de Bernie Sanders en los Estados Unidos que hizo una campaña llamándose socialista en el país del imperio. Más recientemente Jean-Luc Mélenchon en Francia que alcanzó 19,5% en las elecciones presidenciales con su partido Francia Insumisa creado hace dos años. Por otra parte, Jeremy Corbyn secretario del partido laborista obtuvo 40,0% en las elecciones inglesas de hace pocas semanas con un programa de izquierda.
Y en España fue elegido secretario del Partido Socialista Pedro Sánchez con una plataforma de izquierda. En el 39 congreso celebrado entre el sábado 17 y el domingo 18 de junio, en la clausura se cantó la Internacional. ¿Quién se atrevería a hacerlo en Colombia?
Mientras tanto, los partidos socialdemócratas o así llamados socialistas de Europa, como el francés, que adoptaron el social liberalismo, es decir se acomodaron a la teoría dominante neoliberal y globalista, están desapareciendo porque se han alejado de sus valores tradicionales que los hicieron fuertes después de la Segunda Guerra Mundial. Fueron partidos artífices de los estados de bienestar, apoyaron a los trabajadores y crearon sociedades más igualitarias, pero hoy reniegan de su pasado.
En Latinoamérica, aparecieron nuevos partidos al final del siglo pasado con orientaciones claramente de izquierda que ganaron elecciones en todas partes. Se tiene así los ejemplos de Ecuador, Bolivia, Venezuela, Uruguay, Nicaragua, Salvador, Paraguay y Brasil que alcanzaron el poder y fueron factor de avances en el presente siglo. La mayoría se mantienen hoy en el poder, y algunos como el Partido de los Trabajadores del Brasil ha perdido precisamente por no aplicar una política de izquierda en el gobierno de Dilma Rousseff al seguir medidas neoliberales. En otros casos, como Venezuela, la situación es muy complicada de analizar porque hay factores externos como la intromisión descarada de Estados Unidos y de las elites mundiales que aunado a errores del gobierno de Maduro han puesto en peligro un proceso que se veía muy positivo. En Argentina el kirchnerismo logró avances importantes, gobernó el país 12 años y perdió las elecciones con el derechista Mauricio Macri por una mínima diferencia. Pero se puede afirmar que en Latinoamérica con excepción de Colombia, las fuerzas de izquierda han avanzado tremendamente si comparamos con lo que ocurría en el siglo XX.
Colombia es la excepción en todo. Aquí el canibalismo entre supuestos sectores de izquierda no ha permitido que la izquierda progrese. Hay demasiados personalismos, egos y sectarismos. Todavía perviven las diferencias y discusiones estériles del siglo veinte. Por supuesto, que la presencia del fenómeno guerrillero ha causado dificultades para ejercer una política de izquierda.
La situación actual es diferente y ofrece perspectivas positivas pero faltan dirigentes que den un vuelco a la izquierda. Se necesita remozamiento y nuevos líderes y crear un partido fuerte que no le dé miedo de presentarse como de izquierda. Es urgente la unión de todas fuerzas que se reclaman de la izquierda en un nuevo partido abierto, democrático, moderno, con gente más joven, internacionalista, que presente un programa esperanzador para el 99%. Como dicen los jóvenes laboristas ingleses Por la mayoría, no para la minoría, o sea Por el 99%, no por el 1%.
Ese cuento de que no hay que hablar de izquierda y derecha, de que no hay diferencias, lleva a la inacción, a que gane la derecha. Es el cuento de los escépticos, de los pesimistas, de los que tienen miedo, de los que no creen en los valores auténticos y tradicionales de la izquierda de libertad, igualdad y fraternidad. De los que les da miedo luchar por la mayoría, de los que quieren acomodarse con la burguesía, de los que sienten la presión de las elites globalizadoras neoliberales.