Por Octavio Quintero
El sistema de salud colombiano es “eficientísimo”: el ministro de Salud, Alejandro Gaviria, amaneció indispuesto el viernes 9 de junio, al medio día ya estaba en manos de médicos expertos, por la tarde ya tenían el diagnóstico: cáncer linfático y, entrando la noche, le aplicaron la primera quimioterapia.
En seis meses, según los médicos, y un poco de fe, porque la fe no riñe con los ateos, el ministro podría superar su mal: todos los colombianos de buen corazón así lo deseamos.
En este gobierno, el sistema de salud colombiano ha superado otros dos grandes retos: el cáncer de próstata del presidente Santos y el meningioma cerebral del vicepresidente Vargas Lleras.
“Sí se puede”, diría el expresidente Betancur, padre de tan afortunada frase que le valió la Presidencia en 1982.
Todo es relativo: frente a estos exitosos tres casos, millones de colombianos se quejan del mal servicio que les presta el sistema de salud, basado en el principio capitalista de la eficiente administración financiera, antes que en el principio humanista de la oportuna asistencia sanitaria.
Estos millones de colombianos narran tragedias que nadie quisiera para sí: llevan meses (¡años!) esperando un diagnóstico médico; un servicio hospitalario, un traslado de un lugar a otro, un medicamento, un largo etcétera…
¿Es envidia que a estos afortunados colombianos (Presidente, vicepresidente y ministro de Salud) les haya funcionado tan oportunamente el sistema de salud? SÍ, con mayúscula… Porque, si a muchos enfermos les hubieran atendido con la misma diligencia, otra sería su historia.
Y nadie, como dice el propio ministro de Salud, está pidiendo medidas heroicas: simplemente honradez en el manejo de los billonarios recursos destinados a la salud; buena voluntad en la prestación del servicio sanitario; guerra sin cuartel contra los despiadados laboratorios farmacéuticos y castigo ejemplar a los corruptos.
Fin de folio.- Nadie espera que todos los colombianos reciban atención médica como si fueran ministros de Salud… Pero tampoco es de recibo que, en su gran mayoría, sean maltratados en la forma que sufren y sabemos.